TRES
Paredes blancas, decoradas exclusivamente por grandes fotografías de las portadas más famosas se la revista. Desde el mismo día en el que fue a entregar el currículum, África se quedó impresionada con ese largo pasillo y, desde entonces, no ha dejado de ser uno de sus lugares favoritos.
La chica sigue caminando y atraviesa la sala de descanso en la que algunos de sus compañeros están tomando un café, charlando, o incluso algunos revisan proyectos que deben ser entregados no muy tarde para que sus jefes les den el visto bueno. Tras pasar por el estudio de fotografía, al fin llega a su lugar de trabajo, donde saluda a su compañera y becaria, al igual que ella, Blanca. Aun no tiene mucha relación con ella e incluso no está segura si su nombre es Blanca o Clara, pero espera estrechar lazos con ella ya pronto tendrán que trabajar mano a mano.
Comienza el ritual de cada día y deja el bolso en el perchero que hay junto a la ventana. Coloca las gafas de sol sobre la mesa, justo detrás del teclado del ordenador para que no le molesten al escribir y, tras sentarse en su cómoda silla, lee por encima los post-it que tiene pegados en la pantalla del ordenador, los cuales ha dejado allí el señor Sauras a primera hora de la mañana para adelantarle cuáles son sus tareas del día. Una vez que las ha leído todas, vuelve a leerlas más detenidamente porque ya no se acuerda ni de la primera. Siempre le pasa lo mismo, pero está claro que forma parte de sus costumbres diarias y no piensa cambiarlas.
Parece ser que hoy no tiene demasiado trabajo. Tan solo debe maquetar un artículo sobre la moda de las prendas flúor este verano, lo cual le mantendrá ocupada unas dos horas como mucho. Luego se tomará un breve descanso y, para terminar, asistirá a una sesión de fotos que hay a las once y media. Obviamente, la fotógrafa no será ella, pero está tan ilusionada como si así fuera. Es la primera sesión a la que le dejan asistir y está convencida de que aprenderá muchísimo. Desde que se lo comunicaron, estaba deseando que llegara el momento y, por fin, hoy es el día; No puede ser más feliz, o al menos, eso es lo que ella piensa.
Ya es hora de ponerse a trabajar, de modo pulsa el botón para encender el ordenador y, mientras despega las notitas de la pantalla, se le ocurre un idea genial. Se levanta corriendo de la silla, tanto que casi tropieza, y sin pensárselo dos veces, se planta frente a la puerta del despacho de su jefe. Un pequeño letrero de color verde lima situado a la altura de los ojos indica claramente que ese es el despacho de Don Miguel Sauras, Director gráfico.
Berta se para frente a la puerta, se retoca el flequillo echándoselo un poco hacia el lado para que no le tape los ojos, se coloca bien la camiseta y da dos golpecitos con los nudillos en la madera.
-¿Se puede?
-Adelante.
La puerta se abre con decisión. A un lado, se encuentra un joven que, sin levantar la vista de la pantalla del ordenador, sabe perfectamente quién ha venido a verle. Desde que entró en la empresa hace tres años ha conseguido demostrar que está allí por méritos propios y no por ser el hijo de uno de los accionistas mayoritarios, aunque esto último lo saben muy pocas personas. Con tan solo catorce años, comenzó a interesarse por el mundo de la imagen, el diseño y, sobre todo, la fotografía, y ahora que ya tiene veintiocho, puede presumir de haber ganado algún que otro premio como reconocimiento a su trabajo, aunque no se considera un gran profesional. Tampoco le gusta su trabajo actual y es por eso que pretende dejarlo algún día para volcarse en algo más artístico, pero por ahora tiene varias deudas que pagar y no es el mejor momento para arriesgarse a perder un sueldo del que no se puede quejar.
Al otro lado de la puerta, África comienza a arrepentirse de no haber meditado antes la decisión. Tan solo hace tres meses que empezó a trabajar allí y comienza a plantearse si pedir que la dejen salir un poco antes del trabajo es una buena idea, pero ya no hay marcha atrás y avanza dando pequeños pasos hacia su jefe.
La chica levanta la cabeza y lo ve sumergido en sus asuntos, tecleando en el ordenador y contrastando información procedente de diferentes papeles que tiene sobre su escritorio. No es un buen momento para interrumpirle, pero él le sonríe sin dejar de prestar atención a lo que estaba haciendo.
África se da cuenta del gesto y, sin quererlo, se le escapa también una sonrisa que consigue hacer que se relaje un poco; aunque las piernas siguen temblándole igual que el primer día que vino a trabajar.
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