Querido diario, el Otoño ya está aquí. Es hora de guardar todas aquellas prendas confeccionadas con minúsculos pedazos de tela y sacar aquellas cajas que esconden kilos y kilos de lana. Los colores vivos como el rosa o el celeste se echan a un lado y dejan paso colores más apagados como el naranja o el corinto, lo cual no significa que nuestras vidas dejen de ser alegres.
A mi, personalmente, me encante esta estación. Largos días de lluvia nos acompañarán durante una buena temporada. Podremos ver los cristales empapados y a la gente corriendo de un lado a otro sosteniendo un paraguas o sin él, mientras escuchamos el sonido del agua cayendo y nos sentimos protegidos bajo nuestro techo, ese que nos proporciona seguridad aunque no nos demos cuenta.
Los atardeceres serán maravillosos, llenos de romanticismo, con árboles que dejan caer sus hojas y se van quedando poco a poco desnudos por varios meses.
Si, en este momento, viniera alguien de otro planeta y se parara a observar el paisaje sin saber que más adelante llegará la primavera y cubrirá todo de un color tan intenso como es el verde, adornado de todo tipo de flores y frutos, pensaría que todo está muerto.
Todos tenemos épocas en las que nos quedamos desnudos. Si hemos perdido un familiar, un amigo, si se produce un cambio inesperado que trastoca nuestra rutina... En esos momentos hay que pensar en la naturaleza y, al igual que un árbol reverdece, nosotros también saldremos adelante.
Al fin y al cabo, el sol sale todos los días.
jueves, 27 de septiembre de 2012
martes, 25 de septiembre de 2012
Con "B" de BERTA. Cap. 11
ONCE
Paredes a medio pintar. El sol entra por la única ventana de la habitación mientras una gota de sudor cae por la frente de Lucas. Por mucho que le guste todo lo relacionado con la pintura, la carpintería, la fontanería y todo lo que tenga que ver con arreglos hogareños, hoy ya no puede más. No ha parado en todo el día, pero aún así, todavía le quedan bastantes cosas por hacer. Cuando vio las fotos del piso por internet, supo al instante que tendría que dedicarle unas cuantas horas para que estuviera como nueva, así que ahora no tendría sentido echarse atrás.
Continua pintando pero ya tiene la espalda echa polvo y, sin ni siquiera pensarlo, se tumba en el colchón que hay colocado de cualquier manera en el salón, aún sin quitar el plástico que lo cubre. Está muy cansado y poco a poco se le van cerrando los ojos, pero cuando está a punto de dejarse llevar por los deseos de Morfeo, el desagradable sonido del timbre suena repetidas veces. ¿Quién será? Acaba de llegar a Madrid y aún no conoce a nadie. Lo más probable es que sea su casero, pero ha hablado con él por teléfono hace tan solo un par de horas y no le comentó que fuera a pasarse hoy por allí.
El timbre continua sonando y Lucas se levanta a toda prisa para poder abrir la puerta cuanto antes y poder dejar así de escuchar ese molesto ruido, pero cuando se encuentra a tan solo dos pasos de la puerta, el aparato deja de sonar. Aun así, Lucas abre la puerta y se encuentra a sus tres amigos al otro lado, uno de ellos presionando el timbre mientras dice:
-Mierda, me lo he cargado...
Lucas le aparta la mano rápidamente e intenta hacerlo sonar él, pero no hay manera. Efectivamente, se lo ha cargado.
-¿Eso es lo único que nos dices después de tanto tiempo sin vernos? Ven aquí y danos un abrazo, capullo.
Los invitados estrujan con sus brazos a Lucas, que se escapa como puede de tanto trozo de carne tatuado y protesta.
-¡No llevo ni una semana fuera! ¿Tan imprescindible soy? No podéis estar sin mí, jajajajaja. ¿Y ahora, quién me paga esto? -Señala el timbre con la mano izquierda como si de una azafata de concurso de televisión mostrando el premio se tratara.- Como se entere mi casero, me mata.
-Déjate de tonterías que tú esto lo arreglas en media hora.
-O incluso menos- Ahora toma la palabra el más bajito, que no había abierto la boca hasta ese momento.
-Pero no solo hemos venido a cargarnos tu timbre- Dice el más corpulento mientras echa a Lucas hacia un lado y entra en la casa como si fuera suya- Vaya mierda te has alquilado. Está que da asco.
-Por eso la he alquilado -Se defiende Lucas- El dueño me ha dicho que es mía por 150 euros al mes si le arreglo todos los desperfectos y la mantengo en condiciones.
-¡Qué chollazo! -Vuelve a hablar el bajito y se coloca bien las gafas para poder observar más a fondo la nueva casa de su amigo.
-¿Y qué es lo que hacéis aquí en Madrid? A parte de destrozar timbres, claro.
-¿Qué vamos a hacer? Hemos venido a verte y, de paso, a gorronearte un poco. No conocemos a mucha gente que tenga un piso en la capital.
-Deberíais haber avisado. Yo ahora estoy muy liado y no tengo tiempo casi de nada. Los ensayos empiezan este mismo lunes y quiero adelantar lo máximo posible en la casa porque sé que luego será imposible.
-Podemos ayudarte -Dice el tercero del grupo, que por fin se decide a quitarse el gorro de lana que llevaba puesto desde que entró a pesar de estar en pleno verano.
-¿Qué dices? Hemos venido a salir de fiesta, no a trabajar. Para eso me quedo en mi casa.
-Pues yo estoy de acuerdo con Elías. Mientras estemos juntos, ¿Qué importa lo que hagamos?
-¡Gracias, enano!
-¡Eh! ¡Que tengo un nombre!
-Jajajajaja, me encanta picarte, Pablito. Vamos a tomar algo, anda, que aquí al lado hay un bar muy barato y ya luego pienso qué voy a hacer con vosotros tres.
Y Elías vuelve a colocarse el gorro antes de salir por la puerta.
Paredes a medio pintar. El sol entra por la única ventana de la habitación mientras una gota de sudor cae por la frente de Lucas. Por mucho que le guste todo lo relacionado con la pintura, la carpintería, la fontanería y todo lo que tenga que ver con arreglos hogareños, hoy ya no puede más. No ha parado en todo el día, pero aún así, todavía le quedan bastantes cosas por hacer. Cuando vio las fotos del piso por internet, supo al instante que tendría que dedicarle unas cuantas horas para que estuviera como nueva, así que ahora no tendría sentido echarse atrás.
Continua pintando pero ya tiene la espalda echa polvo y, sin ni siquiera pensarlo, se tumba en el colchón que hay colocado de cualquier manera en el salón, aún sin quitar el plástico que lo cubre. Está muy cansado y poco a poco se le van cerrando los ojos, pero cuando está a punto de dejarse llevar por los deseos de Morfeo, el desagradable sonido del timbre suena repetidas veces. ¿Quién será? Acaba de llegar a Madrid y aún no conoce a nadie. Lo más probable es que sea su casero, pero ha hablado con él por teléfono hace tan solo un par de horas y no le comentó que fuera a pasarse hoy por allí.
El timbre continua sonando y Lucas se levanta a toda prisa para poder abrir la puerta cuanto antes y poder dejar así de escuchar ese molesto ruido, pero cuando se encuentra a tan solo dos pasos de la puerta, el aparato deja de sonar. Aun así, Lucas abre la puerta y se encuentra a sus tres amigos al otro lado, uno de ellos presionando el timbre mientras dice:
-Mierda, me lo he cargado...
Lucas le aparta la mano rápidamente e intenta hacerlo sonar él, pero no hay manera. Efectivamente, se lo ha cargado.
-¿Eso es lo único que nos dices después de tanto tiempo sin vernos? Ven aquí y danos un abrazo, capullo.
Los invitados estrujan con sus brazos a Lucas, que se escapa como puede de tanto trozo de carne tatuado y protesta.
-¡No llevo ni una semana fuera! ¿Tan imprescindible soy? No podéis estar sin mí, jajajajaja. ¿Y ahora, quién me paga esto? -Señala el timbre con la mano izquierda como si de una azafata de concurso de televisión mostrando el premio se tratara.- Como se entere mi casero, me mata.
-Déjate de tonterías que tú esto lo arreglas en media hora.
-O incluso menos- Ahora toma la palabra el más bajito, que no había abierto la boca hasta ese momento.
-Pero no solo hemos venido a cargarnos tu timbre- Dice el más corpulento mientras echa a Lucas hacia un lado y entra en la casa como si fuera suya- Vaya mierda te has alquilado. Está que da asco.
-Por eso la he alquilado -Se defiende Lucas- El dueño me ha dicho que es mía por 150 euros al mes si le arreglo todos los desperfectos y la mantengo en condiciones.
-¡Qué chollazo! -Vuelve a hablar el bajito y se coloca bien las gafas para poder observar más a fondo la nueva casa de su amigo.
-¿Y qué es lo que hacéis aquí en Madrid? A parte de destrozar timbres, claro.
-¿Qué vamos a hacer? Hemos venido a verte y, de paso, a gorronearte un poco. No conocemos a mucha gente que tenga un piso en la capital.
-Deberíais haber avisado. Yo ahora estoy muy liado y no tengo tiempo casi de nada. Los ensayos empiezan este mismo lunes y quiero adelantar lo máximo posible en la casa porque sé que luego será imposible.
-Podemos ayudarte -Dice el tercero del grupo, que por fin se decide a quitarse el gorro de lana que llevaba puesto desde que entró a pesar de estar en pleno verano.
-¿Qué dices? Hemos venido a salir de fiesta, no a trabajar. Para eso me quedo en mi casa.
-Pues yo estoy de acuerdo con Elías. Mientras estemos juntos, ¿Qué importa lo que hagamos?
-¡Gracias, enano!
-¡Eh! ¡Que tengo un nombre!
-Jajajajaja, me encanta picarte, Pablito. Vamos a tomar algo, anda, que aquí al lado hay un bar muy barato y ya luego pienso qué voy a hacer con vosotros tres.
Y Elías vuelve a colocarse el gorro antes de salir por la puerta.
lunes, 17 de septiembre de 2012
Querido diario. 17-09-2012
Querido diario, dicen que hay días que es mejor no levantarse y eso exactamente es lo que me ha pasado a mí. He tenido que madrugar para ir a la revisión de un examen, pero al llegar a la estación del tren he podido comprobar que había huelga y que el horario de salida de trenes se había reducido bastante.
Tras una hora de espera en la estación con la única distracción de mi Ipod, ha llegado un tren y, tres cuartos de hora más tarde, me encontraba al fin en Jerez.
El camino hasta la universidad sigue siendo igual de aburrido y monótono que la última vez que pasé por allí, pero parece ser que me voy a tener que acostumbrar a ello porque aún me quedan bastantes años recorriéndolo día tras día.
Llegué al despacho 2.02, donde se encontraba la profesora de Estructura de la Publicidad y las RRPP, dispuesta a enseñarme mi examen amablemente, pero no tan dispuesta a razonar que un 4,75 y unas prácticas bien hechas y entregadas son un aprobado de toda la vida de Dios.
Salí cabizbaja de aquel despacho, pero aún tenía la esperanza de que la cosa fuera mejor con la asignatura de Historia Económica y Social. Llamadme ilusa porque el destino me dejó bastante claro que, aunque el examen esté aprobado, la asignatura estará suspensa aunque el mismísimo Papa venga a decir lo contrario. Al llegar al despacho de la profesora de Historia, vi un papel en la puerta en el que anunciaba que la revisión se aplazaría hasta esa misma tarde. He de comprender que veo visiones porque, al llegar a mi casa y preguntarle a la susodicha por ese cambio de hora, me contestó que no existía tal cambio y que las revisiones ya habían finalizado. Ahora pido un aplauso para aquel supuesto ángel de la guarda que debería estar cuidándome y, por lo visto, está de cañas con algún amigo.
Me gustaría puntualizar que, al llegar a la estación para volver a Cádiz, tuve que volver a esperar otra hora, tiempo que dediqué a lamentarme por todo aquello que me rodeaba.
Ha sido una de las peores mañanas de mi vida pero, al ver llegar a mi madre del trabajo, ha cambiado mi forma de ver las cosas. ¿Por qué estar triste si voy a tener la oportunidad de recuperar aquellas asignaturas que han podido conmigo? Nos gusta lamentarnos por lo mal que nos va todo, pero no nos damos cuenta de la suerte que tenemos y yo hoy me he parado en seco un momento. Le he dado al botón de Stop y me he parado a analizar mi vida: Tengo un hermano que vale millones y unos padres que se preocupan por mí en cada momento. Mis amigas me respaldan en cada decisión que tomo y están dispuestas a ayudar en todo momento. Sinceramente, no tengo motivos para estar triste porque tengo todo lo que necesito. Hoy no ha sido un buen día, pero mañana empieza uno nuevo. Nuevas oportunidades esperando que nos demos cuanta de que están ahí, de que están hechas para nosotros.
A veces la vida nos habla en susurros. Si no podemos escuchar, nos habla más alto. Si aún no podemos o sabemos entender o no queremos escuchar, nos sigue hablando más y más alto hasta que nos da un grito. Ese grito es el dolor, la enfermedad o el accidente. La vida no es lo que sucede cuando todos tus planes se cumplen ni lo que pasará cuando tengas eso que tanto deseas. La vida es lo que está pasando este peciso instante.
Y para concluir, me gustaría felicitar a mis papis, que hoy, o mejor dicho, ayer, porque ya han pasado las doce, cumplieron 24 años de casados. Felicidades por el esfuerzo que supone y enhorabuena por tener a alguien con quien compartir la felicidad día a día.
Os quiero y os agradezco todo cuanto hacéis. Incluso cuando os equivocáis porque eso significa que sois personas. Personas muy especiales para mí.
Tras una hora de espera en la estación con la única distracción de mi Ipod, ha llegado un tren y, tres cuartos de hora más tarde, me encontraba al fin en Jerez.
El camino hasta la universidad sigue siendo igual de aburrido y monótono que la última vez que pasé por allí, pero parece ser que me voy a tener que acostumbrar a ello porque aún me quedan bastantes años recorriéndolo día tras día.
Llegué al despacho 2.02, donde se encontraba la profesora de Estructura de la Publicidad y las RRPP, dispuesta a enseñarme mi examen amablemente, pero no tan dispuesta a razonar que un 4,75 y unas prácticas bien hechas y entregadas son un aprobado de toda la vida de Dios.
Salí cabizbaja de aquel despacho, pero aún tenía la esperanza de que la cosa fuera mejor con la asignatura de Historia Económica y Social. Llamadme ilusa porque el destino me dejó bastante claro que, aunque el examen esté aprobado, la asignatura estará suspensa aunque el mismísimo Papa venga a decir lo contrario. Al llegar al despacho de la profesora de Historia, vi un papel en la puerta en el que anunciaba que la revisión se aplazaría hasta esa misma tarde. He de comprender que veo visiones porque, al llegar a mi casa y preguntarle a la susodicha por ese cambio de hora, me contestó que no existía tal cambio y que las revisiones ya habían finalizado. Ahora pido un aplauso para aquel supuesto ángel de la guarda que debería estar cuidándome y, por lo visto, está de cañas con algún amigo.
Me gustaría puntualizar que, al llegar a la estación para volver a Cádiz, tuve que volver a esperar otra hora, tiempo que dediqué a lamentarme por todo aquello que me rodeaba.
Ha sido una de las peores mañanas de mi vida pero, al ver llegar a mi madre del trabajo, ha cambiado mi forma de ver las cosas. ¿Por qué estar triste si voy a tener la oportunidad de recuperar aquellas asignaturas que han podido conmigo? Nos gusta lamentarnos por lo mal que nos va todo, pero no nos damos cuenta de la suerte que tenemos y yo hoy me he parado en seco un momento. Le he dado al botón de Stop y me he parado a analizar mi vida: Tengo un hermano que vale millones y unos padres que se preocupan por mí en cada momento. Mis amigas me respaldan en cada decisión que tomo y están dispuestas a ayudar en todo momento. Sinceramente, no tengo motivos para estar triste porque tengo todo lo que necesito. Hoy no ha sido un buen día, pero mañana empieza uno nuevo. Nuevas oportunidades esperando que nos demos cuanta de que están ahí, de que están hechas para nosotros.
A veces la vida nos habla en susurros. Si no podemos escuchar, nos habla más alto. Si aún no podemos o sabemos entender o no queremos escuchar, nos sigue hablando más y más alto hasta que nos da un grito. Ese grito es el dolor, la enfermedad o el accidente. La vida no es lo que sucede cuando todos tus planes se cumplen ni lo que pasará cuando tengas eso que tanto deseas. La vida es lo que está pasando este peciso instante.
Y para concluir, me gustaría felicitar a mis papis, que hoy, o mejor dicho, ayer, porque ya han pasado las doce, cumplieron 24 años de casados. Felicidades por el esfuerzo que supone y enhorabuena por tener a alguien con quien compartir la felicidad día a día.
Os quiero y os agradezco todo cuanto hacéis. Incluso cuando os equivocáis porque eso significa que sois personas. Personas muy especiales para mí.
miércoles, 5 de septiembre de 2012
Con "B" de BERTA. Cap. 10
DIEZ
Las paredes de los edificios que tiene a los lados van quedándose atrás a una velocidad de 40 km/hora. Con las manos en el volante, Berta presta atención al tráfico o, al menos, intenta hacerlo. No se quita de la cabeza lo que le ha propuesto su amiga. ¿Irse a vivir juntas? ¡Es una locura! No es que no le haga ilusión. Desde pequeñas fantaseaban con vivir juntas en una gran mansión llena de juguetes y con una cocinera que tuviera siempre pastelitos recién hechos y se los llevaran a sus habitaciones, donde nadie podría decirles que en la cama no se come.
A medida que iban creciendo, la casa iba evolucionando. Cuando tenía diecisiete años, ambas querían un piso pequeño par ano tener que limpiar más. En ese sentido eran más realistas que de pequeñas, pero no dejaban de fantasear con sus gustos y pasiones. Berta tendría en su habitación un vestidor para ella sola y una cómoda llena de maquillaje y esmaltes de todo tipo de colores. Además, las paredes estarían llenas de fotos de sus amigas, ya que en su verdadera casa, su madre no le permitía ensuciar la pared de ninguna de las maneras.
Por otro lado, África siempre soñó con una habitación azul verdoso, como el color del mar, y en ella pintaría grandes burbujas como si se encontrara en el fondo del océano. Una estantería estaría reservada completamente para las revistas de moda con las que no solo aprendía a combinar complementos, sino que también descubría nuevos enfoques y planos que más tarde pondría en práctica con su cámara de fotos. Al igual que su amiga tendría un vestidor, ella dedicaría su rincón personal de la casa a construir un estudio. Su propio estudio de fotografía. Y, sin tenía mucha suerte y todo le iba como ella quería, justo enfrente de su casa tendría un picadero en el que se alojaría su precioso caballo tordo.
Por desgracia, ambas tenían ya veinticinco años y era hora de poner los pies en el suelo.
Independizarse requiere mucha responsabilidad y, no es que ella no se viera capaz, pero le daba miedo. Irse a vivir con su amiga significaría que nunca más dormiría bajo el mismo techo de aquellos que le dieron la vida, que la vieron crecer y le dieron una educación. Nunca más se levantaría de la cama y vería a su padre tomándose el café en su taza roja, la que ella le regaló, mientra lee el periódico con cara resignación ante las noticias que se sucedían en él.
Comenzaría una nueva etapa en su vida. Una nueva etapa en la que su compañera sería África, su amiga desde siempre, desde que el mundo es mundo. O, al menos, desde que las dos tienen uso de razón. Sin duda, no estaría sola en esa nueva aventura. Ella le daría su apoyo siempre que lo necesitara y estaría a su lado los primeros días hasta que se acostumbrara a su nueva situación.
El semáforo se pone en rojo casi sin que Berta se dé cuenta y no le queda más remedio que pegar un frenazo. ¡Casi se lo salta! Menos mal que ha actuado a tiempo. Aprieta con fuerza el volante y se decide a dar el paso. Se va a ir a vivir con su amiga y no se arrepentirá de su decisión. Lo tiene clarísimo. Parece ser que, al fin y al cabo, el día no va a ser tan malo como pensaba. Es cierto que la prueba no le salió del todo bien. En realidad, no le salió nada bien. Pero una vez más, su amiga le ha demostrado que estará con ella siempre que lo necesite. Y, además, ha vuelto a ver al Señor Mateo o, como él quiere que lo llame, Alejandro.
Cuelga el móvil tras hablar con su madre y se siente culpable por no haber intentado darle un poco más de entusiasmo a su voz para que no notara que, esta vez, la negativa rotunda de los directores del casting le ha afectado tanto. Camina por la calle cabizbaja. No tiene ganas de nada. Solo quiere llegar a su casa y encerrarse en su cuarto esperando que pasen las horas y llegue la hora de dormir.
-¿Berta? ¿Eres tú?
La joven levanta la cabeza y, frente a ella, se encuentra a un señor de unos cincuenta años. La última vez que lo vio tenía más pelo y menos barriga, pero esa nariz picuda es inconfundible. ¡Sin duda alguna, es él!
-¡Señor Mateo! ¡Qué alegría volver a verle!
-Vamos chica, no me hables de usted, que han sido muchos los años que hemos pasado juntos. ¡Hay que ver lo que has crecido! ¡Estás hecha toda una mujer! Una mujer hermosa, todo hay que decirlo.
Berta se sonroja y agacha la cabeza. Por mucho que se repita la situación, no se acostumbra a que los hombres le piropeen.
-Está bien, Alejandro. Ya sabes que mi madre siempre se empeñaba en que te tratara de usted.
-Lo recuerdo como si fuera ayer. Qué tiempo aquellos ¿Verdad? Tus padres firmaban los contratos y a ti te encantaba jugar a las actrices, como tú lo llamabas. Fue una gran época.
-Y todo gracias a ti.
-Bueno, todos pusimos de nuestra parte. ¿Tienes algún proyecto ahora?
-Qué va... Hago todas las pruebas que puedo, pero no me suelen coger en ninguna y lo único que consigo son anuncios y poco más. Estuve unos meses en la radio, pero tuvieron que cerrar la emisora. En fin, que no he tenido mucha suerte.
-¡Pero si tú estás hecha para trabajar en esto! ¿Cómo es posible?
-A lo mejor es que, realmente, no valgo.
-¿Sabes una cosa? En la vida todo sucede por algo y tu y yo nos hemos reencontrado hoy después de varios años. Representante y representada. Algo nos tiene preparado el destino.
-Yo no creo en el destino
-Nunca fuiste una ilusa... y veo que no has cambiado. Ahora tengo prisa, pero -Alejandro saca una pequeña agenda del bolsillo delantero de su chaqueta y pasa las páginas a gran velocidad- ¿Tienes un ratito libre el miércoles que viene para tomar un café con un viejo amigo?
-Sí... creo que sí. De todas formas, no has cambiado tu número de móvil ¿No?
-No, no. Ya sabes que yo no me acostumbro a las nuevas tecnologías y procuro cambiar lo mínimo posible. Jajajajaja.
Ambos sonríen. Los reencuentros inesperados siempre producen alegría.
-Está bien. Nos vemos el miércoles. Yo tampoco he cambiado mi número. Ya me avisarás de la hora y el lugar.
-No lo dudes.
-Hasta el miércoles. Me ha encantado verte.
-A mí también, mi pequeña princesita.
Se despiden con un beso en cada mejilla y cada uno camina hacia un lado, pero no pueden evitar mirar atrás cuando ya han andado unos tres pasos y, cómo no, vuelven a sonreír.
Las paredes de los edificios que tiene a los lados van quedándose atrás a una velocidad de 40 km/hora. Con las manos en el volante, Berta presta atención al tráfico o, al menos, intenta hacerlo. No se quita de la cabeza lo que le ha propuesto su amiga. ¿Irse a vivir juntas? ¡Es una locura! No es que no le haga ilusión. Desde pequeñas fantaseaban con vivir juntas en una gran mansión llena de juguetes y con una cocinera que tuviera siempre pastelitos recién hechos y se los llevaran a sus habitaciones, donde nadie podría decirles que en la cama no se come.
A medida que iban creciendo, la casa iba evolucionando. Cuando tenía diecisiete años, ambas querían un piso pequeño par ano tener que limpiar más. En ese sentido eran más realistas que de pequeñas, pero no dejaban de fantasear con sus gustos y pasiones. Berta tendría en su habitación un vestidor para ella sola y una cómoda llena de maquillaje y esmaltes de todo tipo de colores. Además, las paredes estarían llenas de fotos de sus amigas, ya que en su verdadera casa, su madre no le permitía ensuciar la pared de ninguna de las maneras.
Por otro lado, África siempre soñó con una habitación azul verdoso, como el color del mar, y en ella pintaría grandes burbujas como si se encontrara en el fondo del océano. Una estantería estaría reservada completamente para las revistas de moda con las que no solo aprendía a combinar complementos, sino que también descubría nuevos enfoques y planos que más tarde pondría en práctica con su cámara de fotos. Al igual que su amiga tendría un vestidor, ella dedicaría su rincón personal de la casa a construir un estudio. Su propio estudio de fotografía. Y, sin tenía mucha suerte y todo le iba como ella quería, justo enfrente de su casa tendría un picadero en el que se alojaría su precioso caballo tordo.
Por desgracia, ambas tenían ya veinticinco años y era hora de poner los pies en el suelo.
Independizarse requiere mucha responsabilidad y, no es que ella no se viera capaz, pero le daba miedo. Irse a vivir con su amiga significaría que nunca más dormiría bajo el mismo techo de aquellos que le dieron la vida, que la vieron crecer y le dieron una educación. Nunca más se levantaría de la cama y vería a su padre tomándose el café en su taza roja, la que ella le regaló, mientra lee el periódico con cara resignación ante las noticias que se sucedían en él.
Comenzaría una nueva etapa en su vida. Una nueva etapa en la que su compañera sería África, su amiga desde siempre, desde que el mundo es mundo. O, al menos, desde que las dos tienen uso de razón. Sin duda, no estaría sola en esa nueva aventura. Ella le daría su apoyo siempre que lo necesitara y estaría a su lado los primeros días hasta que se acostumbrara a su nueva situación.
El semáforo se pone en rojo casi sin que Berta se dé cuenta y no le queda más remedio que pegar un frenazo. ¡Casi se lo salta! Menos mal que ha actuado a tiempo. Aprieta con fuerza el volante y se decide a dar el paso. Se va a ir a vivir con su amiga y no se arrepentirá de su decisión. Lo tiene clarísimo. Parece ser que, al fin y al cabo, el día no va a ser tan malo como pensaba. Es cierto que la prueba no le salió del todo bien. En realidad, no le salió nada bien. Pero una vez más, su amiga le ha demostrado que estará con ella siempre que lo necesite. Y, además, ha vuelto a ver al Señor Mateo o, como él quiere que lo llame, Alejandro.
Cuelga el móvil tras hablar con su madre y se siente culpable por no haber intentado darle un poco más de entusiasmo a su voz para que no notara que, esta vez, la negativa rotunda de los directores del casting le ha afectado tanto. Camina por la calle cabizbaja. No tiene ganas de nada. Solo quiere llegar a su casa y encerrarse en su cuarto esperando que pasen las horas y llegue la hora de dormir.
-¿Berta? ¿Eres tú?
La joven levanta la cabeza y, frente a ella, se encuentra a un señor de unos cincuenta años. La última vez que lo vio tenía más pelo y menos barriga, pero esa nariz picuda es inconfundible. ¡Sin duda alguna, es él!
-¡Señor Mateo! ¡Qué alegría volver a verle!
-Vamos chica, no me hables de usted, que han sido muchos los años que hemos pasado juntos. ¡Hay que ver lo que has crecido! ¡Estás hecha toda una mujer! Una mujer hermosa, todo hay que decirlo.
Berta se sonroja y agacha la cabeza. Por mucho que se repita la situación, no se acostumbra a que los hombres le piropeen.
-Está bien, Alejandro. Ya sabes que mi madre siempre se empeñaba en que te tratara de usted.
-Lo recuerdo como si fuera ayer. Qué tiempo aquellos ¿Verdad? Tus padres firmaban los contratos y a ti te encantaba jugar a las actrices, como tú lo llamabas. Fue una gran época.
-Y todo gracias a ti.
-Bueno, todos pusimos de nuestra parte. ¿Tienes algún proyecto ahora?
-Qué va... Hago todas las pruebas que puedo, pero no me suelen coger en ninguna y lo único que consigo son anuncios y poco más. Estuve unos meses en la radio, pero tuvieron que cerrar la emisora. En fin, que no he tenido mucha suerte.
-¡Pero si tú estás hecha para trabajar en esto! ¿Cómo es posible?
-A lo mejor es que, realmente, no valgo.
-¿Sabes una cosa? En la vida todo sucede por algo y tu y yo nos hemos reencontrado hoy después de varios años. Representante y representada. Algo nos tiene preparado el destino.
-Yo no creo en el destino
-Nunca fuiste una ilusa... y veo que no has cambiado. Ahora tengo prisa, pero -Alejandro saca una pequeña agenda del bolsillo delantero de su chaqueta y pasa las páginas a gran velocidad- ¿Tienes un ratito libre el miércoles que viene para tomar un café con un viejo amigo?
-Sí... creo que sí. De todas formas, no has cambiado tu número de móvil ¿No?
-No, no. Ya sabes que yo no me acostumbro a las nuevas tecnologías y procuro cambiar lo mínimo posible. Jajajajaja.
Ambos sonríen. Los reencuentros inesperados siempre producen alegría.
-Está bien. Nos vemos el miércoles. Yo tampoco he cambiado mi número. Ya me avisarás de la hora y el lugar.
-No lo dudes.
-Hasta el miércoles. Me ha encantado verte.
-A mí también, mi pequeña princesita.
Se despiden con un beso en cada mejilla y cada uno camina hacia un lado, pero no pueden evitar mirar atrás cuando ya han andado unos tres pasos y, cómo no, vuelven a sonreír.
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