SEIS
Paredes alicatadas con losas blancas y una cenefa media altura con losas de color cazuela. Se sienta en una de las cuatro sillas de madera que rodean la mesa, de madera también. Está nerviosa. No comprende por qué no la ha llamado aún. ¿Le habrá pasado algo? Seguro que no. Su hija es una chica responsable y no se mete en problemas. Seguramente se habrá distraído al encontrarse con algún conocido de vuelta a casa.
Mercedes se levanta, se asoma por la ventana de la cocina que da a la calle y la busca por la acera, pero no obtiene ningún resultado. Vuelve a sentarse y golpea la mesa con las yemas de los dedos repetidas veces mientras mira el reloj de la otra mano. Es muy tarde, no puede ser que la prueba no haya terminado aún.
Cuando menos se lo espera, suena el teléfono y le da un vuelco al corazón. A pesar de sus cincuenta y dos años, sale corriendo de la cocina y, sin darle tiempo a que vuelva a sonar, descuelga el aparato que hay en la pequeña mesita cuadrada de la izquierda.
-¿Diga?
-Hola mamá, ya he salido...
-¿Y qué te han dicho? -Mercedes se impacienta y, a pesar de notar que el tono de voz de su hija no es exactamente animado, la esperanza es lo último que se pierde.
-Que no soy el perfil que buscan, pero no te preocupes que estoy bien.
-¿Seguro? ¿No quieres tarde de chicas para despejarte? No sé, podemos ir de compras, al cine...
-No mamá. Ya te he dicho que estoy bien. Además, ya he quedado con África y luego tengo que cuidar a Martita, que me lo pidió la tía Isabel.
-¡Es cierto! Casi se me olvida decírtelo. -Mercedes se lleva la mano con la que no sujeta el teléfono a la cabeza. -Me dijo tu tía que no hace falta que vayas hoy, que al final no va a cenar fuera.
-Está bien, entonces ya veré lo que hago esta tarde. Ahora voy para casa y ya hablamos. ¿Vale?
-Muy bien, cariño. Ahora nos vemos. Un besito, hija.
-Otro para ti, mami.
Y, mientras camina en busca del abrazo de su madre, se encuentra con alguien al que nunca pensó que volvería a ver.
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