domingo, 14 de octubre de 2012

Con "B" de BERTA. Cap. 16

DIECISÉIS
  Paredes de madera. Dentro del armario de África hay todo tipo de pantalones, camisas, camisetas, faldas, vestidos, bolsos, pañuelos para el cuello y un largo etcétera de prendas y complementos para combinar. No hay nada de luz hasta que la chica abre rápidamente las tres puertas correderas y la luz de las bombillas que hay repartidas por toda la habitación iluminan ese asombroso escaparate. Es la única parte de su casa que mantiene ordenada en todo momento. Siempre ha sido así y lo seguirá siendo hasta el fin de sus días.
Se quita la toalla rosa que cubría su cuerpo y la deja sobre la cama. Se acerca a la mesita de noche blanca y coge el tanga rojo que tiene guardado en el segundo cajón para las ocasiones especiales. Rebusca y rebusca, pero no encuentra el sostén a juego. No tiene ni idea de dónde puede estar y comienza a ponerse nerviosa. ¡No tiene tiempo que perder y ahora resulta que ha perdido la parte de arriba del conjunto! No puede ser, por mucho que remueva toda la ropa que hay en ese pequeño espacio, no ve por ningún lado ninguna tela roja. Cierra el cajón y, de repente, se acuerda. Lo lavó hace solo unos días y no llegó a guardarlo, para variar. Sale corriendo hasta el salón y rebusca en el gran barullo de ropa que tiene sobre el sofá. Son todo calcetines, bragas, tangas y sujetadores, lo cual dificulta la búsqueda. Por fin lo encuentra y se lo pone de camino a su habitación, donde aún le quedan bastantes cosas por hacer.
Mete casi medio cuerpo en el enorme armario y va sacando vestidos de diferentes tipos, cortes y colores y los va poniendo sobre la cama, uno al lado del otro hasta que se encuentra con cinco vestidos fuera. Ahora cierra las puertas del armario y se coloca delante de una de ellas, la que tiene un espejo de cuerpo completo. Coge un vestido de los que tiene sobre la cama y se lo pone por encima, sin sacarlo de la percha. Se mira y se remira, gira sobre sí misma y lo vuelve a dejar sobre la cama, repitiendo el mismo proceso con los cuatro trajes restantes.
Una vez que los ha visto todos, no sabe con cual quedarse. Hay dos que los ha descartado desde el principio porque no se veía cómoda con ellos, pero ahora tiene que decidirse entre los otros tres. Coge su libreta y apunta.
Opción A. Vestido negro. Ceñido. Una sola manga con pedrería en el escote y el tirante. A combinar con los zapatos negros de encaje.
Se para a pensar un momento y añade.
Deja muy poco a la imaginación.
Quizás no sea eso lo que busca. Tampoco quiere parecer una loba en busca de carne. Simplemente quiere estar sexy e impresionar a ese chico que va a abrirle la puerta. Tras mordisquear un poco el bolígrafo, continua escribiendo.
Opción B. Vestido rosa palo. Palabra de honor. Escote con forma de corazón. Lazo rosa a la altura de la cintura. Parte de arriba estilo corsé. Falda de bailarina.
Este vestido está bastante bien y podría combinarlo con su última adquisición. Los zapatos de la famosa diseñadora Esther Jiménez, que le han costado un ojo de la cara. Además contrastan con el aspecto inocente del vestido.
Aún le queda por barajar la tercera opción, así que empuña de nuevo el bolígrafo y comienza a escribir.
Opción C. Vestido verde agua. Escote en forma de pico. Espalda descub
No ha terminado de escribir cuando lanza la libreta sobre la cama. Es inútil seguir escribiendo. Ya se ha enamorado de aquel vestido rosa y por mucho que le dé vueltas, seguirá pensando en él. Para África, los vestidos son como los hombres y, ahora mismo, acaba de tener un flechazo.
Sale corriendo al baño y comienza a secarse el pelo. Cuando termina, saca del mueblecito que está junto a la ducha un estuche repleto de peines de todo tipo. En menos de cinco minutos, ha formado un despliegue de productos para el pelo que no deja ni un hueco libre en el lavabo. Una media hora más tarde, está lista para el siguiente paso, pero antes se mira al espejo. Le encanta como le queda ese peinado estilo griego, con trencitas por los lados y media melena suelta formando hondas perfectas. Es el turno del maquillaje, con el que le saca todo el provecho posible a esos ojazos marrones que ha heredado de su madre. Tarda un buen rato en terminar, pero el resultado es inmejorable. Está guapísima y lo sabe.
Vuelve a la habitación, donde le espera su vestido de princesita, se lo pone, se mira en el espejo y se siente como una niña. Le encanta. Tiene la sensación de volver a ser inocente, pero se ve sexy al mismo tiempo. Ha hecho muy buena elección esa noche y lo sabe. Ahora mismo podría conseguir todo lo que se propusiera.
Se calza los tacones que, por suerte, tienen una plataforma muy bien disimulada y son comodísimos para andar todo lo que necesite, aunque no tiene intención de ir caminando hasta tan lejos.
Coge su bolso, en el que ya había metido todo lo imprescindible salvo el móvil, que lo dejó en la mesa por ahí cuando habló con su chico. Siempre le pasa lo mismo. No lo encuentra. Menos mal que esto no es como con el sujetador y solo necesita llamar desde el teléfono fijo de su casa al móvil. El aparato suena y por fin lo encuentra. Lo mete en el bolso, saca las llaves para tenerlas a mano cuando salga y coge las bolsas que tenía preparadas en la cocina con la comida metida en lo tuppers. Todo listo, así que sale de su casa, cierra con llaves y se mete en el ascensor.
Para no cambiar lo costumbre, se recoloca el flequillo, se pinta bien los labios y mira en el espejo lo estupenda que está. El trayecto termina y sale de allí justo cuando la puerta se abre. No puede coger la moto porque se le estropearía el peinado con el casco, así que no le queda más remedio que pedir un taxi.
Una vez dentro del vehículo, espera impaciente por llegar a su destino. No sabe si su plan va a salir bien, pero si algo se tuerce, sabe que hoy no hay nada ni nadie que se le resista.

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