TREINTA Y SIETE
Ya es de noche en Madrid y las paredes de la habitación de Berta se iluminan con la pequeña lámpara de la mesita de noche. Sentada en la cama y tapada hasta la cintura, se despide de África por whatsapp, con la que lleva hablando ya casi una hora. Hasta parece que a su amiga le ha hecho más ilusión lo de la prueba de mañana que a ella misma, pero Berta sabe perfectamente que lo que en realidad ocurre es que utiliza esa noticia para no pensar en lo de ese tal Miguel. Tiene curiosidad por saber cómo es; pero no sólo físicamente, sino también como persona. Quiere saber cómo ha conseguido que suene ese "clic" en la cabeza de su amiga; o mejor dicho, en el corazón. África ha tenido mucha suerte de encontrar a alguien que le haga sentir así, tan viva y tan muerta de miedo al mismo tiempo.
En un instante, la vibración del móvil le distrae de sus pensamientos y termina de despedirse de la loca de su amiga. Deja el teléfono en la mesilla y pone el despertador a las ocho de la mañana. La prueba es a las once y media, pero prefiere ir con tiempo de sobra por si le surge algún imprevisto. Apaga la luz y se recuesta dejando caer la cabeza en la almohada. Esa misma tarde, después de enterarse de lo del misterioso jefe de su amiga, las dos estuvieron hablando sobre la reaparición del señor Mateo, la propuesta de ser su representante de nuevo, pero sobre todo, de lo que pasaría mañana en la prueba. Sería un momento crucial para el futuro de Berta y dependiendo de cómo se desenvolviera ante los directores de casting, volvería a trabajar en la pequeña pantalla o no. En este caso era todo o nada, blanco o negro, nada de grises con los que conformarse. También habían estado hablando sobre qué ropa ponerse, aunque en ese tema la que más había hablado era África, que para eso era ella la que trabajaba en una revista de moda y, gracias a sus consejos, Berta había quedado bastante satisfecha con el vestuario, lo cual le tranquilizaba bastante. Tampoco iba a pasarse mucho con el maquillaje porque quería dar una imagen natural. Una simple sombra de ojos, un poco de colorete y brillo en los labios le darían el aspecto que ella quería. En el momento de hacer la prueba, deberá parecer simpática, pero sólo lo justo para no parecer una rubia tonta de las que salen en televisión y tantas críticas reciben.
La joven no para de moverse de un lado a otra, nerviosa, pensando en todo lo que puede ocurrir en menos de doce horas. Lo único que tiene claro es que cuando salga de la prueba, su amiga la estará esperando para irse a tomar unas cañas, como era ya costumbre. Y entre pensamiento y nervios, Berta consigue cerrar los ojos y descansar para dar lo mejor de sí al día siguiente.
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