domingo, 23 de junio de 2013

Con "B" de BERTA. Cap. 42

CUARENTA Y DOS
Paredes rosa fucsia, ventanales blancos y cortinas del mismo color. Suena un pequeño despertador negro que asegura ser la hora de levantarse. África estira el brazo hacia el mueble blanco que hay tras su cama y que ejerce también de cabecero y de mesita de noche. El aparato deja de sonar tras establecer contacto con las yemas de los dedos de la joven y ella se queda en la cama, enredada entre las sábanas de rayas horizontales desiguales en distintos tonos de rosa y alguna que otra línea negra. Sabe que es hora de levantarse e irse a trabajar, pero no sabe cómo enfrentarse a Miqui. Realmente se muere de ganas de verle, de abrazarle, de besarle, pero le aterra pensar que está enamorada. Al final ha resultado ser cierto eso que dicen de que no hay que mezclar el ámbito personal con el profesional, pero para eso tendría que dejar de trabajar allí. Está claro que le resultaría totalmente imposible alejarse de su jefe.
Se incorpora sobre la cama, pone los pies en el suelo y se levanta. Se coloca bien las braguitas con las que ha dormido y se dirige al baño para lavarse la cara. Una vez se ha despejado por completo, va a la cocina y abre la nevera en busca de leche para desayunar, pero ya no queda, de modo que se conforma con el zumo de melocotón que compró el otro día. Se prepara unas tostadas con mantequilla, se las come y vuelve al baño para darse una ducha rápida antes de ir al trabajo. Cuando sale, está mucho más despejada, con más energía para afrontar el día de hoy que no sabe muy bien cómo va a ser, ya que no ha vuelto a hablar con Miguel desde que salió huyendo de su casa. Abre el armario y escoge un vestido muy primaveral corto sin mangas. Blanco con flores de diversos colores, verdes, azules, amarillas... y un cinturón muy finito en la cintura de color rojo. Se mira al espejo que tiene de cuerpo entero. Le queda bastante bien, pero todavía tiene que hacer algo con esos pelos de loca que lleva y con la cara de zombi que se le ha quedado después de no haber pegado ojo en toda la noche. Con la ayuda de numerosas horquillas, consigue dejar caer la melena sobre su hombro izquierdo sin que parezca demasiado repeinada y escoge un maquillaje muy natural. El justo para disimular sus ojeras pero no parecer que se ha tirado media hora en el baño pintándose. Cuando tiene el bolso listo, se sube a sus tacones rojos y sale de su casa cerrando la puerta con la llave. Baja en el ascensor y se monta en su moto. Cuando llega al trabajo deja las cosas sobre su mesa, pero esta vez no tiene ningún post-it en la pantalla de su ordenador como cada mañana. Ahora no le cabe duda de que está enfadado, necesita hablar con él. Camina hasta la puerta de su jefe y la golpea dos veces con los nudillos. Abre un poco e introduce la cabeza dentro del despacho.
  -¿Se puede? -Dice con la mayor sonrisa que es capaz de fingir.
  -Ahora estoy ocupado. Cierra la puerta al salir.
África obedece y vuelve a caminar hacia su mesa, aunque lo hace dejándose guiar por su memoria fotográfica ya que casi no ve con los ojos empañados intentando aguantar las lágrimas. No es posible que le esté pasando esto, que no haya ni levantado la vista para mirarla. Que aquella persona que le hacía tan feliz ahora le haga sentir que se ahoga, que no puede respirar. Justo ahora que ya estaba segura de que quería pasar la vida con él, cuando iba a decirle que le amaba, que estaba loca de amor. Cuando iba a decirle que ahora era toda para él, que hiciera lo que quisiera con ella porque ya sólo le importaba que él fuera su compañero. Justo en ese momento decide no mirarle a la cara, decirle que está ocupado. Necesita hablar con él pero no sabe cómo. Está claro que él no tiene intención de escuchar lo que le tiene que decir. Piensa en mandarle un whatsapp, pero le parece demasiado frío e infantil. ¡Ni que tuvieran quince años!
Suena el teléfono que tiene en su mesa y lo coge rápidamente deseando que sea él.
  -¿Diga?
  -África ¿Tienes lista la maquetación?
¡Sí. es él! Ahora es el momento. Tiene que decirle lo que siente aunque su compañera se entere de todo. Es ahora o nunca.
  -Miguel, quiero decirte algo. -La joven que está sentada frente a ella, en la otra mesa, se asombra al escucharle decir "Miguel" en lugar de "Señor Sauras". Y ese trato tan directo con el que le habla hace que levante la vista de su trabajo y se quede escuchando la conversación. -Verás, el otro día...
 -Sanz ¿Tiene la maquetación lista o no? -No le ha dejado hablar y encima le ha hablado de usted, como si fueran dos desconocidos. Como si hubiera alguien en su despacho y tuviera que guardar las apariencias.
  -No, aún no. Me faltan algunas cosas. Este fin de semana he estado muy ocupada. -Contesta intentando hacerle recordar la noche tan maravillosa que pasaron juntos el viernes y la mañana del sábado.
  -Debería saber ya que su vida privada no puede afectar al trabajo. En una hora lo quiero todo en mi mesa.
Miguel cuelga y ella hace lo mismo. Siente rabia e impotencia; pero sobre todo, siente la necesidad de que todo vuelva a ser como antes, de que tiene que hacer algo para demostrarle que le quiere y se le acaba de ocurrir una idea que puede funcionar bastante bien.
 

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